REFLEXIONES SOBRE LA FORMACIÓN DEL
ESTADO Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA
SOCIEDAD ARGENTINA*.
Oscar Oszlak**
El propósito del presente trabajo es brindar una interpretación global del proceso de
formación del estado nacional argentino. Por su extensión, no aspira a ofrecer un
análisis exhaustivo de ese proceso y, por idéntica razón, no se ciñe a una cronología
rigurosa ni pretende informar sobre sucesos históricos puntuales. Constituye más bien
una reflexión general sobre un tema y una experiencia histórica que he explorado
recientemente con mayor detenimiento en otro trabajo (Oszlak, 1981).
Aunque la historiografía argentina es densa y se dispone de innumerables estudios
que han examinado minuciosamente los acontecimientos más salientes -y los menos
salientes- de la vida nacional, así como la trayectoria de sus protagonistas, es escaso
el número de trabajos verdaderamente interpretativos. En este sentido, el estudio de la
formación del estado argentino no cuenta con una tradición historiográfica que permita
señalar senderos potencialmente fructíferos para una profundización analítica del
tema. Por ello, la perspectiva aquí adoptada no es estrictamente "histórica"; al menos,
no lo es en el sentido convencional de exposición cronológica de eventos. El énfasis
será colocado en el análisis de algunas cuestiones centrales planteadas por el tema
mismo. Correspondientemente, el interés girará en torno a actores y no a personajes,
en torno a procesos y no a sucesos.
Estatidad
La formación del estado es un aspecto constitutivo del proceso de construcción social.
De un proceso en el cual se van definiendo los diferentes planos y componentes que
estructuran la vida social organizada. En conjunto, estos planos conforman un cierto
orden cuya especificidad depende de circunstancias históricas complejas. Elementos
tan variados como el desarrollo relativo de las fuerzas productivas, los recursos
naturales disponibles, el tipo de relaciones de producción establecidas, la estructura
de clases resultante o la inserción de la sociedad en la trama de relaciones
económicas internacionales, contribuyen en diverso grado a su conformación.
Sin embargo, este orden social no es simplemente el reflejo o resultado de la
yuxtaposición de elementos que confluyen históricamente y se engarzan de manera
unívoca. Por el contrario, el patrón resultante depende también de los problemas y
desafíos que el propio proceso de construcción social encuentra en su desarrollo
histórico, así como de las posiciones adoptadas y recursos movilizados por los
*Trabajo presentado al XIV Congreso Latinoamericano de Sociología, San Juan, Puerto Rico, 5 al 9 de
octubre de 1981. El documento es producto de una investigación que he dirigido en el CEDES, y que
contó con la colaboración de Andrés Fontana y Leandro Gutiérrez.
** Director e investigador titular del CEDES (Centro de Estudios de Estado y Sociedad), e investigador del
Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), ambos de Buenos Aires, Argentina.
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diferentes actores -incluido el estado- para resolverlos1. Si el determinismo y el
voluntarismo han dominado las interpretaciones sobre estos procesos, se ha debido
en alguna medida a la dificultad de captar este simultáneo y dialéctico juego de
fuerzas entre factores estructurales y superestructurales.
Dentro de este proceso de construcción social, la formación del estado nacional
supone a la vez la conformación de la instancia política que articula la dominación en
la sociedad, y la materialización de esa instancia en un conjunto interdependiente de
instituciones que permiten su ejercicio. La existencia del estado se verificaría entonces
a partir del desarrollo de un conjunto de atributos que definen la "estatidad" -la
condición de "ser estado"-, es decir, el surgimiento de una instancia de organización
del poder y de ejercicio de la dominación política. El estado es, de este modo, relación
social y aparato institucional.
Analíticamente, la estatidad supone la adquisición por parte de esta entidad en
formación, de una serie de propiedades: (1) capacidad de externalizar su poder,
obteniendo reconocimiento como unidad soberana dentro de un sistema de relaciones
interestatales; (2) capacidad de institucionalizar su autoridad, imponiendo una
estructura de relaciones de poder que garantice su monopolio sobre los medios
organizados de coerción; (3) capacidad de diferenciar su control, a través de la
creación de un conjunto funcionalmente diferenciado de instituciones públicas con
reconocida legitimidad para extraer establemente recursos de la sociedad civil, con
cierto grado de profesionalización de sus funcionarios y cierta medida de control
centralizado sobre sus variadas actividades; y (4) capacidad de internalizar una
identidad colectiva, mediante la emisión de símbolos que refuerzan sentimientos de
pertenencia y solidaridad social y permiten, en consecuencia, el control ideológico
como mecanismo de dominación (Oszlak, 1978).
Conviene aclarar que estos atributos no definen a cualquier tipo de estado sino a un
estado nacional. La dominación colonial o el control político de las situaciones
provinciales dentro del propio ámbito local, son formas alternativas de articular la vida
de una comunidad, pero no representan formas de transición hacia una dominación
nacional. En este sentido, el surgimiento del estado nacional es el resultado de un
proceso de lucha por la redefinición del marco institucional considerado apropiado
para el desenvolvimiento de la vida social organizada. Esto implica que el estado
nacional surge en relación a una sociedad civil que tampoco ha adquirido el carácter
de sociedad nacional. Este carácter es el resultado de un proceso de mutuas
determinaciones entre ambas esferas.
Nación y estado
El tema de la estatidad no puede entonces desvincularse del tema del surgimiento de
la nación, como otro de los aspectos del proceso de construcción social. Del mismo
modo en que la formación del estado argentino no resultó automáticamente de la
guerra emancipadora, tampoco la nación argentina fue su necesario correlato. Varios
fueron los factores que impidieron la organización nacional una vez roto el vínculo
colonial con España. Al producirse el movimiento revolucionario, el Virreinato del Río
de la Plata se extendía sobre un territorio prácticamente despoblado, cuyos dispersos
habitantes conformaban una población sedentaria dedicada principalmente a
actividades ganaderas y a una agricultura primitiva. A pesar de ello, los pueblos que
1 Me refiero a "actores", en un sentido genérico, para aludir a individuos, grupos, sectores y
organizaciones a los que es posible imputar comportamientos económicos y políticos que permiten
ubicarlos en el cambiante -y crecientemente complejo- escenario de una estructura social en formación.
2
habitaban ese vasto territorio no se fracturaron de inmediato luego de la revolución. La
estructura política heredada de la colonia y su aparato burocrático continuaron
proporcionando durante un tiempo un elemento aglutinante básico. Romper con las
Provincias Unidas requería tener opciones: ser viable política y económicamente, tener
ventajas comparativas en elegir la autonomía. Paraguay pronto halló la conveniencia
de hacerlo: las rentas originadas en su territorio se lo permitían y el aislamiento lo
justificaba. Su posición geográfica no le había creado sólidos vínculos con el resto del
territorio virreinal. Aunque en el caso de la Banda Oriental la separación se debió a un
compromiso político, también sus recursos y estratégica ubicación geográfica hacían
posible la secesión. En cambio, fue fortuito que se autonomizara el Alto Perú (Bolivia),
al quedar desmembrado de hecho por la continuidad del dominio español durante los
críticos años de las guerras de independencia.
Buenos Aires aspiró desde el mismo momento de la Revolución de Mayo a constituir
un estado unificado bajo su hegemonía. Si otros intentos separatistas no prosperaron
se debió, especialmente, a la enorme diferencia de fuerzas entre la provincia porteña y
cualquier otra coalición de provincias o proyectos de estado alternativos. La
Confederación Argentina, constituida luego de la caída de Rosas sin la adhesión de
Buenos Aires, no fue una excepción e ilustra el caso límite: la coalición de todas las
provincias no consiguió imponerse a Buenos Aires.
Estas circunstancias no deben ser interpretadas en el sentido de que ningún otro tipo
de configuración territorial o combinación política hubiera sido posible. Lo que si
señalan es una primera diferencia fundamental con otras experiencias de construcción
del estado, sobre todo las europeas. En contraste con éstas, la experiencia argentina
y en buena medida, la latinoamericana- no se caracteriza por la necesidad de una
determinada unidad política de absorber otras unidades (v.g. ciudades libres,
principados, obispados) que ya ejercían significativos privilegios soberanos. Los
constructores del estado argentino -fundamentalmente los sectores dominantes de
Buenos Aires- no buscaron formar una unidad política mayor o más fuerte, sino evitar
la disgregación de la existente y producir una transición estable de un estado colonial
a un estado nacional. Lejos de guiarse por propósitos de conquista, aspiraron a
extender un movimiento revolucionario local a la totalidad de las provincias del ex
virreinato y a heredar de la colonia el control territorial y político ejercido por España.
El que estos objetivos comenzaran a materializarse recién medio siglo más tarde abre
nuevos interrogantes. Si, como plantearan Hegel, Hobbes, Weber y otros, la "sociedad
civil" se constituye a partir de grupos cuya solidaridad depende de la convergencia de
intereses materiales e ideales, ¿qué intereses fundamentales mantuvieron durante
tanto tiempo la unidad formal de la sociedad argentina? Si el aislamiento y la guerra
civil fomentaban la disgregación y las guerras de independencia no conseguían
despertar del todo los sentimientos de pertenencia y solidaridad que cimentan la
existencia de unidades nacionales, ¿por qué no operaron en toda su potencial
consecuencia las tendencias centrifugas? ¿Qué significado tuvo la "provincia" como
instancia de articulación de relaciones sociales y a qué se debió que -aisladamente o a
través de pactos federativos- no pudieron llegar a constituir estados autónomos?
Aunque el tema merecería un tratamiento sistemático en futuros trabajos, quisiera
avanzar algunas respuestas preliminares. Indudablemente, la unidad nacional
argentina durante las primeras décadas de vida independiente se asentó más en
elementos expresivos y simbólicos que en vínculos materiales plenamente
desarrollados. Echeverría (1846) aludía en su Dogma Socialista a la unidad
diplomática externa, a la unidad de glorias, de bandera, de armas; a una unidad tácita
e instintiva que se revelaba al referirse sin mayor reflexión a "República Argentina", o
"territorio argentino", "nación argentina", y no santiagueña, cordobesa o porteña. Pero
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a cada uno de esos atributos era posible oponer otros que contradecían la unidad:
prolongados interregnos de aislamiento y absoluta independencia provincial, pactos de
unión interrumpidos, viejas tradiciones municipales, formas caudillistas de ejercicio de
la dominación. Además, el territorio "nacional" distaba de ser una unidad inseparable.
Bien señala Álvarez (1910) que la mesopotamia, la Banda Oriental y el Paraguay,
flanqueados por ríos, eran inabordables por tierra desde Buenos Aires; la altiplanicie
oponía su barrera de piedra entre Jujuy y las provincias bolivianas; sobre la llanura
desierta, los indios y las dificultades que planteaban las largas travesías
incomunicaban a las pequeñas ciudades esparcidas por el vasto territorio. También los
intereses económicos regionales eran contradictorios. El Interior, con sus viñas y
tejidos, competía con productos extranjeros que importaba el Litoral. Inclusive el
vínculo del idioma no era tal en varias provincias, donde se preferían los lenguajes
indígenas. Tampoco existía una total homogeneidad étnica, contrariamente a lo que se
cree habitualmente. Eran pocos los descendientes de padre y madre españoles y
muchos los extranjeros y los habitantes de razas negra, india y sus diversas
miscegenaciones.
Ni siquiera perduró un andamiaje institucional colonial suficientemente desarrollado.
En otras experiencias latinoamericanas, como en el Brasil, el Perú y México, este
aparato sirvió a la continuidad institucional, compensando en parte los factores físicos,
étnicos o culturales que dificultaban el proceso de integración nacional. En el Río de la
Plata, en cambio, el aparato administrativo colonial no llegó a desarrollar un eficaz
mecanismo centralizado de control territorial. Más aún, subsistieron en las diversas
localidades órganos político-administrativos coloniales que tendieron a reforzar el
marco provincial como ámbito natural para el desenvolvimiento de las actividades
sociales y políticas. No alcanzaron de todos modos a conformar un verdadero sistema
institucional, en tanto su autoridad y representatividad fueron reiteradamente
desnaturalizadas por el caudillismo y la lucha facciosa. De este modo, así como la
provincia fue una creación del proceso independentista -un sustituto del estado
colonial desaparecido-, el caudillismo fue un sustituto de la democracia asociada al
movimiento libertario. Fue la modalidad que asumió localmente la representación del
pueblo, en un pueblo que desconocía la práctica democrática.
Paradójicamente, el aislamiento y el localismo, en condiciones de precariedad
institucional, magros recursos y población escasa, impidieron el total fraccionamiento
de esas unidades provinciales en estados nacionales soberanos. De nuevo, la
formalización de un funcionamiento autónomo -que de hecho existía- no aparejaba
mayores ventajas. En cambio, la posibilidad latente de negociar desde una posición de
al menos formal paridad, la constitución de un estado nacional sobre bases más
permanentes que las ofrecidas por los diversos pactos federativos, resultaba siempre
más atractiva y conveniente que el horizonte de miseria y atraso que la gran mayoría
de las provincias podía avizorar de persistir el arreglo institucional vigente. Sobre todo,
existiendo plena conciencia de que la superación de ese estado de cosas pasaba por
establecer alguna forma de vinculación estable al circuito económico que tenía por eje
al puerto de Buenos Aires.
Estas posibilidades se vieron reforzadas en la medida en que la intensificación del
comercio exterior produjo el debilitamiento de algunas economías regionales,
replanteando los términos de su inserción en los primitivos mercados que se estaban
conformando. Esto se vincula, por ejemplo, al surgimiento de nuevos intereses y
sectores de actividad locales, integrados al circuito mercantil-financiero que se
desarrollaba a impulsos del comercio exterior. Por otra parte, el paulatino
mejoramiento de las comunicaciones y la consecuente creación de un mercado interno
para ciertas producciones del Interior que antes se orientaban hacia los países
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limítrofes, también contribuyeron al proceso de lenta homogenización de los intereses
económicos localizados en las diversas provincias.
Por último, no parece desdeñable como factor coadyuvante a la integración nacional,
la experiencia comparada. Si bien estos pueblos que surgían a la vida independiente
sólo podían mirar a un pasado de sometimiento y vasallaje, contaban en cambio con el
ejemplo de otros países -como los Estados Unidos- también nacidos de un movimiento
de emancipación, o de las naciones europeas, que estaban completando -en el que se
llamaría "siglo de las nacionalidades"- un lento proceso de integración, y a la vez de
diferenciación, territorial, social y política. Estos ejemplos no pasaban desapercibidos
para la elite intelectual que asumió el liderazgo del proceso de organización nacional
argentino.
Orden y progreso
Aunque las observaciones precedentes no agotan siquiera la mención de las múltiples
vinculaciones entre el surgimiento del estado y la cuestión nacional, destacan no
obstante un aspecto que se me ocurre central para nuestro análisis: sólo a partir de la
aparición de condiciones materiales para la estructuración de una economía de
mercado se consolidan las perspectivas de organización nacional; y sólo en presencia
de un potencial mercado nacional -y consecuentes posibilidades de desarrollo de
relaciones de producción capitalistas- se allana el camino para la formación de un
estado nacional.
En la experiencia argentina, la expansión de la economía exportadora durante la
primera mitad del siglo no se vio interrumpida por las guerras civiles. A partir de la
caída de Rosas, su ritmo se vio fuertemente incrementado como consecuencia de una
demanda externa que crecía a impulsos de lo que se llamó la segunda revolución
industrial. Las nuevas posibilidades tecnológicas, sumadas a los cambios producidos
en las condiciones políticas internas, crearon oportunidades e intereses cuya
promoción comenzó a movilizar a los agentes económicos, produciendo ajustes y
desplazamientos en las actividades productivas tradicionales. Sin embargo, pese a la
intensa actividad despertada por la apertura de la economía, las posibilidades de
articulación de los factores productivos se vieron prontamente limitadas por diversos
obstáculos: la dispersión y el aislamiento de los mercados regionales, la escasez de
población, la precariedad de los medios de comunicación y transporte, la anarquía en
los medios de pago y en la regulación de las transacciones, la inexistencia de un
mercado financiero, las dificultades para expandir la frontera territorial incorporando
nuevas tierras a la actividad productiva. Pero sobre todo, por la ausencia de garantías
sobre la propiedad, la estabilidad de la actividad productiva y hasta la propia vida
derivadas de la continuidad de la guerra civil y las incursiones indígenas- que oponían
escollos prácticamente insalvables a la iniciativa privada. La distancia entre el
"progreso indefinido", que los lúcidos observadores de la época anticipaban como
meta de la evolución social, y la realidad del atraso y el caos, era la distancia entre la
constitución formal de la nación y la efectiva existencia de un estado nacional.
Recorrer esa distancia, salvar la brecha, implicaba regularizar el funcionamiento de la
sociedad de acuerdo con parámetros dictados por las exigencias del sistema
productivo que encarnaba la idea del Progreso.
Es importante observar que en la intención de los hombres de la organización
nacional, "regularizar" -o, en sus términos, "regenerar"- no significaba restituir a la
sociedad determinadas pautas de relación y convivencia ni regresar a un "orden"
habitual momentáneamente disuelto por los enfrentamientos civiles, sino imponer un
nuevo marco de organización y funcionamiento social, coherente con el perfil que iban
adquiriendo el sistema productivo y las relaciones de dominación. Roto el orden
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colonial, el proceso emancipador había desatado fuerzas centrífugas que
desarticulaban una sociedad que pretendía ser nación, sin que las diversas fórmulas
ensayadas hubieran conseguido establecer un nuevo orden. Por eso, el orden se
erigía en la agenda de problemas de la sociedad argentina como cuestión dominante.
Resuelta ésta podrían encararse con mayor dedicación y recursos los desafíos del
progreso. Encontrar la mejor forma de organización social -diría Fragueiro (1850)-
constituye el problema de fondo: resuelto éste, "la carrera del progreso" se efectuará
"al paso del vapor y de la electricidad". El "orden" aparecía así como la condición de
posibilidad del "progreso", como el marco dentro del cual, librada a
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• Por Sell In igual o inferior a $732 millones, el premio será de 0%. • Tramo I: Por Sell In mayor a $732 millones y menor a $760 millones, el premio será de 14% sobre la facturación alcanzada en este tramo. • Tramo II: Por Sell In mayor a $760 millones y menor a $780 millones, el premio será de 14% sobre la facturación incremental del tramo comprendido entre $732 millones y menores a $760 millones y de 20% sobre la facturación alcanzada en el tramo entre $760 millones y $780 millones. • Tramo III: Por Sell In mayor a $780 millones, el premio será de 14% sobre la facturación incremental del tramo comprendido entre $732 millones y menores a $760 millones, de 20% sobre la facturación alcanzada en el tramo entre $760 millones y $780 millones y de un 1% sobre la facturación sobre los $780 millones.
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• Tramo II: Si el Sell In es mayor a $760 millones y menor a $780 millones, el premio es del 14% de las ventas entre $732 y $760 millones, y del 20% de las ventas entre $760 y $780 millones.
• Tramo III: Si el Sell In es mayor a $780 millones, el premio es del 14% de las ventas entre $732 y $760 millones, del 20% de las ventas entre $760 y $780 millones, y del 1% de las ventas que superen los $780 millones.
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