Bélico
Capítulo 7: "Las Aventuras de los Marines Espaciales en la Cafetería"
El estruendo del combate resonaba a través de la nave estelar Eterna Victoria, mientras los Marines Espaciales se preparaban para la siguiente batalla. Pero, como siempre, había un pequeño inconveniente: la hora del café.
—¡Por el Emperador! —gritó el sargento Grizz, su armadura tan brillante que casi podía servir de espejo—. ¿Por qué demonios no hay café en esta maldita nave?
El capitán Kallus, un veterano de mil batallas, suspiró mientras trataba de acomodar su casco, que parecía más un sombrero en su cabeza. —¿Acaso no habíamos mandado a un recluta a buscar el suministro?
En ese momento, el recluta Tobin, un joven con más entusiasmo que sentido común, irrumpió en la sala de mando con una bandeja de acero inoxidable, balanceándola como si llevase la Iluminación del Emperador.
—¡He traído café, señores! —anunció, con una sonrisa que podría iluminar un mundo en ruinas.
—¿Café? ¿O un brebaje venenozo de los caos? —preguntó Kallus, mientras observaba el líquido marrón que tenía más burbujas que una almeja en el océano de Anathema.
—Es un café especial de la última frontera, capitán —dijo Tobin, con la inocente esperanza de que su entusiasmo disminuyera las dudas—. Lo recolecté de un planeta en el Sector Morbide. ¡Es auténtico!
El sargento Grizz tomó una taza y dio un sorbo. Su rostro, normalmente impasible, se transformó de la seriedad a una expresión de horror absoluto.
—¡Por el Emperador! ¡Esto sabe a... a... ¿qué es esto?
—Es... una mezcla secreta, señor. —Tobin sonrió, sin darse cuenta de que había cometido un error monumental—. Estaba pensando en los sabores de casa.
—¿Sabores de casa? —preguntó Kallus, mientras intentaba recordar el último dulce que había probado en su casa en Terra. Su mente se quedó en blanco.
Grizz se atragantó con el café y tosió violentamente, casi haciendo que su casco se despegará de su cabeza. —¡Es como haber chupado un zorro enlatado!
—¡No es tan malo! —exclamó Tobin, intentando defender su creación—. Tiene un toque de... de...
—¿De ruina? —interrumpió Kallus—. ¡Recluta! Si los Eldar ven esto, se volverán a sus planetas llorando de la vergüenza de ser tan débiles en comparación con nuestro café!
De repente, la alarma de la nave sonó. El sistema de navegación había detectado una flota de naves enemigas acercándose rápidamente.
—¡Demonios! —gritó Grizz, intentando recuperar su compostura—. ¡A las armas!
—¿Y el café? —preguntó Tobin, aún aferrándose a la bandeja, como si fuera la última esperanza de la humanidad.
—¡Olvídate del café! —respondió Kallus, mientras se colocaba el casco y se preparaba para la batalla—. Primero la guerra, luego el café.
—¡Pero capitán! —dijo Tobin, desesperado—. ¡Es nuestro combustible! ¡No podemos luchar sin él!
Los marines miraron a Tobin, luego a la bandeja, y finalmente, al peligro inminente. En un arranque de locura, Kallus tomó la bandeja y, con una determinación digna de un héroe, vertió el contenido en su armadura.
—Esto se necesitaba para la batalla. ¡Adelante, hermanos!
Con el líquido marrón aún goteando de su armadura, los Marines Espaciales se lanzaron a la lucha, luchando contra los horrores de la galaxia, pero con el regusto de un café en sus bocas y la firme convicción de que, a veces, la guerra se libraba en el estómago.
Mientras los cañones resonaban y las explosiones iluminaban la oscuridad del espacio, un grito resonó:
—¡Por el Emperador y el café! ¡Hoy luchamos por el sabor de la victoria!
Y así, con un par de risas y un sorbo de café, los Marines Espaciales avanzaron, decididos a demostrar que incluso en los horrores del universo 40K, el humor (y el café) siempre encontrarían su lugar.